El cielo de Santa Fe ya regala un espectáculo natural y fascinante: llegaron las golondrinas

La contemplación invita a despegarse, al menos por un ratito, de la tiranía del celular y elevar la vista. Y al hacer esto, esos ojos ávidos de curiosidad descubrirán que en el cielo de la ciudad de Santa Fe ya están esas viajeras incansables, en sus vuelos frenéticos y auténticamente libres: las golondrinas.

Vinieron con la primavera, o quizás un poco antes, desde Centroamérica, incluso México. Vale decir que volaron más de 8 mil kilómetros, arreciando contra las corrientes de vientos bravíos, los temporales y las lluvias. Miles quedaron en el camino de tamaña epopeya aérea; y otras miles y miles llegaron a estas pampas, que son como la “tierra prometida”.

En aquella zona continental comenzó el frío, que es el peor enemigo de las golondrinas. Para sobrevivir, necesitan calor. Y la ciudad no sólo les ofrece eso, sino también entornos ribereños y abundante comida. Es que esta especie de aves se alimenta de insectos voladores, y en la “capital de los mosquitos”, es imposible que pasen hambre.

“Ahora están en zonas cercanas a los ríos, pero también ya se van viendo en toda la ciudad: en los parques llenos de arbolados, en las plazas… Siempre es un placer verlas”, explicó Pablo Capovilla, experto en aves, guía e intérprete de la naturaleza.

Son tres los tipos de golondrinas que llegan a la ciudad. La golondrina doméstica (progne chalybea) es la que más se puede ver (de pecho blancuzco y alas de color negro tenue); pero también llegan las golondrinas negras (progne elegans), y las golondrinas pardas (progne tapera).

“Las tres especies llegan a nuestra ciudad para pasar el verano y reproducirse. A propósito de esto último, estas golondrinas nidifican en huecos naturales o artificiales. Por ejemplo, la parda utiliza mucho los nidos que dejan los horneros”, expresó Capovilla.

En cambio, la golondrina doméstica nidifica principalmente en huecos artificiales; en los que están en las paredes, en las barrancas de los espigones del Puerto, en esos agujeros que quedan en los edificios donde antes había un aire acondicionado, y hasta en los caños de los arcos de fútbol donde los pibes ya no juegan al ese deporte.

La golondrina doméstica, la parda y la negra son las que llegan en esta época, pero llegan como más distribuidas, separadas. “Primero, empiezan a buscar sus sitios de nidificación: ‘compiten’ por los huecos que encuentran, nidifican, crían sus pichones y cuando empieza a terminar el verano (marzo, abril),  empieza la migración” , dijo el especialista.

“Es ahí donde vemos los grandes grupos en bandadas; porque antes de irse, con esos pichones juveniles que nacieron acá más los adultos, se reúnen mucho en la ciudad”, agregó Capovilla. Es como un ritual de despedida y agradecimiento a esta ciudad que les da tanto en términos medioambientales.

Se irán hacia el Norte continental, alejándose del invierno que empieza en Argentina. Todas hacen una migración larga que les llevará varios días. “Como recomendación muy importante, sólo puedo decir que hay que saber que existen, observarlas y disfrutarlas”, recalcó.